Orhan Pamuk: “El Castillo Blanco”:
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Reseña:
“El verlo todo relacionado es, en mi opinión, una enfermedad de nuestros días. Y dado que yo mismo he contraído esa enfermedad, publico esta historia”. (Ibd Pamuk, Orhan. “El Castillo Blanco”. Op Faruk Darvinoglu).-
El novelista turco Orhan Pamuk nació en Estambul, en 1952, en el seno de una familia acomodada. Sin embargo, su vida ha distado mucho de ser tranquila pese a ser un escritor de éxito, pues la polémica le ha acompañado en su país desde que se posicionó claramente a favor de la población kurda y armenia. Sin embargo, su reciente éxito mundial ha relegado esas tristes cuestiones a un segundo plano, y ha puesto en el primero el gran talento de un escritor genial, ganador del último Premio Nobel de Literatura. El Castillo Blanco relata la maravillosa historia de dos hombres, un turco y un veneciano, cuyas vidas se entrecruzan. El primero es un joven científico italiano que, cuando viajaba de su Venecia natal a Nápoles, es capturado por unos piratas. Transportado a Turquía, es vendido como esclavo a un sabio turco que, deseoso de conocer los avances de Occidente, queda cautivado por los conocimientos de su nueva adquisición. Lo mejor es que Pamuk logra, gracias a su exquisito trato de la narración, que estos dos hombres sobresalgan de su lugar y su tiempo, y se conviertan en una metáfora de lo que, a pesar de todas las superficiales diferencias, une poderosamente los hombres de Oriente y de Occidente. Ambos hombres ansían conocerse, respetarse, aprender el uno del otro. Ambos utilizan el mismo lenguaje: el de la ciencia. Ambos aprecian, en último término, las mismas cosas. Pamuk utiliza una estructura narrativa propia de la novela occidental, pero no pierde los caracteres tradicionales de la escritura oriental.
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Frases de “El Castillo Blanco”:
“Es algo sabido que la vida no está predeterminada y que todas las historias son una cadena de casualidades. Pero incluso los que son conscientes de esa realidad, cuando llega cierto momento de su existencia y miran atrás, llegan a la conclusión de que lo que vivieron como casualidades no fueron sino hechos inevitables”…
“Por entonces, yo era otra persona a quien su madre, su prometida y sus amigos llamaban por otro nombre… No dudaba de que él haría cosas mejores, de que era inigualable, sabía que era más inteligente y creativo que nadie: en suma, era un joven cualquiera… Puede que estos pacientes lectores, como me ocurre a mí ahora, piensen que la historia de aquel muchacho cuya vida se vio interrumpida mientras leía los libros que tanto amaba continuará algún día a partir de donde se detuvo”…
“Cuando me obligué a pensar en cualquier cosa, se me apareció el paisaje que veía desde la ventana de nuestra casa, que daba al jardín de atrás: Sobre una mesa había una bandeja con incrustaciones de nácar con melocotones y cerezas, tras la mesa había un diván de enea en el que habían colocado unos cojines del mismo color verde que el marco de la ventana y más allá se veía un pozo en cuyo brocal se posaba un gorrión, y olivos y cerezos. En el nogal que había entre ellos había atado con largas cuerdas un columpio bastante alto que una brisa apenas perceptible balanceaba suavemente”…
“Me estaba diciendo que tomaría una decisión… Entonces me rendí pensando que lo que se acercaba no sería distinto al sueño y esperé… Fue entonces cuando el bajá me dijo que me había regalado al Maestro. Al principio le miré sin entenderle y entonces el bajá me explicó: Ahora yo era el esclavo del Maestro, y ahora mi manumisión estaba en sus manos, o lo que quisiera hacer conmigo. Luego el bajá desapareció saliendo de la sala”…
“Yo observaba de nuevo y sin querer aquel inquietante parecido entre nosotros dos con la mirada temerosa de ese día que había abrazado la muerte”
“Cada vez que decía que iría hasta el fin yo creía estar siendo testigo de las maldiciones tristes y airadas de un amante desesperado que se pregunta por qué le tiene que ocurrir todo eso. Por aquellos tiempos repetía esa frase frecuentemente… repetía que iría hasta el fin… Y ahora yo pienso lo siguiente: ¿Quién que lea hasta el final lo que estoy escribiendo, qué lector que siga pacientemente todo lo que cuento, ocurrido o imaginado, podrá decir que el Maestro no cumplió su promesa?…Y yo le ayudé a cumplir su palabra”…
“Ya no me despreciaba, o le resultaba demasiado trabajoso aparentar que me despreciaba… Me agradaba ver cómo se revolcaba en la nada, en la desesperación… Pero luego encontró en aquella nada las nuevas ideas que habrían de entretenerle… Una tarde aquellos pasos que hacían crujir la casa entraron en mi habitación, y cuando el Maestro me pregunto, como si hablara de algo cotidiano y vulgar: “Por qué yo soy yo”, le contesté con la intención de animarle a seguir… Después de responderle que ignoraba por qué él era él, añadí que esa pregunta se la hacían Ellos allí y que cada vez se la preguntaban más”…
“Me irritó ver cómo crecía su confianza en sí mismo porque me consideraba un cobarde. Quise que se desprendiera de aquel orgullo vacuo que le otorgaba la temeridad… No supe si creía o no en lo que había dicho hasta el día en que nos perdimos mutuamente… Le dije inocentemente que su falta de miedo provenía de que era consciente de la proximidad de la muerte… Le expliqué que podíamos evitarla, pero que para esto la gente debía reducir al mínimo los contactos… Esto último le dio una idea aún más horrible que la peste. A la tarde siguiente extendió los brazos hacia mí diciendo que había tocado a todos los niños, uno por uno; al ver que me daba miedo y que no quería que me tocara, se me acercó y me abrazó. El maestro me decía con una ironía que sólo pude descubrir mucho más tarde que me enseñaría a ser valiente… La peste se extendía con rapidez peor yo seguía siendo incapaz de asimilar aquello que el maestro llamaba ser valiente”…
“Por alguna extraña razón se me vinieron a la cabeza unas ideas sobre la inmortalidad. Allí no había otro movimiento que el de los gorriones que cantaban y saltaban de rama en rama entre los tilos. Una sorprendente tranquilidad. Pensé en otras habitaciones donde yacían moribundos apestados en Estambul. Soñaba con un lugar lejos del Maestro y de la peste… Estambul era como una terrible ciudad abandonada; me lo contaba el Maestro porque yo no salía del barrio; tras todas aquellas ventanas y puertas cerradas podía sentirse la desesperación de la gente que luchaba con la peste esperando entre la muerte y la enfermedad que ocurriera algo”.
“Como me ocurría en terribles sueños que tenía tan a menudo, me veía desde fuera y me había disociado de mí mismo; si podía verme desde fuera eso quería decir que era otro; quería unirme lo antes posible al Maestro mientras, asustado, me veía a mí mismo pasar sin reconocerme”.
“Para cuando comenzaron las lluvias que parecía que no fueran a amainar nunca, era como si yo y también me hubiera acostumbrado a lo que estaba ocurriendo… No obstante, el Maestro continuó luchando, a pesar de estar enfermo… Era como si su optimismo no fuera algo afectado o autoimpuesto, puede que se debiera a que ambos intuíamos la vida nueva que pronto nos aguardaba, o puede que fuese porque pensaba que, de estar en su lugar, yo haría lo mismo, no lo sé”…
“Poco antes de amanecer pensé que estaba convencido de que aquellas historias podrían continuar allí donde se habían interrumpido aunque mucho más tarde… Sabía que el Maestro pensaba lo mismo, y creía en su propia historia… Sin hablar, nos intercambiamos la ropa… Contemplé como desaparecía lentamente en la silenciosa niebla”.
“He llegado al final de mi libro. Puede que mis inteligentes lectores lo hayan dejado de lado tras concluir que en realidad mi historia había acabado hace mucho”…
“Una vez en Gebze nos instalamos en una casa distinta para poder olvidar al Sultán. Quizás fuere entonces cuando mejor llegué a conocer el país en que había vivido desde niño: antes de predecirles el futuro a los tullidos, a los desesperados, a los enfermos, a los desahuciados… Fue por aquellos años cuando conocí a aquel anciano. Se llamaba Evliya y en cuanto vi la tristeza de su rostro decidí que le consumía la soledad, pero no eso lo que me dijo: había consagrado su vida entera a viajar y a escribir un libro de viajes que estaba a punto de terminar… Esa noche, cuando todos se retiraron a dormir y cayó sobre la casa el silencio que ambos estábamos esperando, regresamos a mi habitación. ¡Fue entonces cuando soñé por primera vez esta historia que estáis acabando!…. No me cabe duda de que Evlija estaba pensando en su propia vida. Yo también estaba pensando en mi vida, en Él… Era como si a medianoche, junto con mi relato, hubiera aparecido en la habitación la sombra de un atrayente fantasma que a la vez que despertaba nuestra curiosidad nos inquietaba… ¡Un lapsus que revelaba la simetría de la vida!. ¡Eso es lo que más echo de menos ahora!… Por eso he vuelto al libro de mi sombra, que supongo que algún curioso leerá años o quizás siglos después de Su muerte soñando más con su propia vida que con nosotros”…
“Voy a terminar mi libro narrando el día en que decidí acabarlo. Hace dos semanas, vi a un jinete procedente de Estambul. Pude oír antes de entrar en mi habitación que hablaba turco con mis mismos errores, aunque no con tantos como Él, pero pasó al italiano en cuanto entró en mi cuarto. Fue entonces cuando decidí mostrarle el libro. Le entusiasmó la idea, le interesaba sobremanera un libro sobre Él… Se sumergió en el libro… Esperé tres horas allí, sentado en el jardín a que acabara el libro, echándole un vistazo de reojo de vez en cuando. Cuando lo terminó, había comprendido; tenía el rostro desencajado. Luego, para descansar de lo que había leído y para digerir la sorpresa, se volvió y miró absorto por la ventana. Yo veía con agrado que al principio miraba a un punto infinito en el vacío, un punto focal que no existía, como hacen todas las personas en las mismas circunstancias, pero poco después, tal y como esperaba, él también lo vio: ahora estaba mirando el paisaje enmarcado por la ventana… Volvió a observar lo que veía por esa ventana que daba al jardín de atrás de mi casa. Por supuesto, yo sabía muy bien lo que estaba viendo: Sobre una mesa había una bandeja con incrustaciones de nácar con melocotones y cerezas, tras la mesa había un diván de enea en el que habían colocado unos cojines del mismo color verde que el marco de la ventana y más allá se veía un pozo en cuyo brocal se posaba un gorrión, y olivos y cerezos. En el nogal que había entre ellos había atado con largas cuerdas un columpio bastante alto que una brisa apenas perceptible balanceaba suavemente”…
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Ferit Orhan Pamuk (1952).
Premio Nobel de Literatura 2006.-
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Fuente Original Post:
Pamuk, Orhan. “El Castillo Blanco”. (Beyaz Kale) Buenos Aires. Sudamericana/Mondadori. 2007.-
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Links Post:
http://www.cscs.umich.edu/~crshalizi/reviews/white-castle/
http://www.bibliomonde.net/livre/chateau-blanc-4985.html
http://www.mathieu-bourgois.com/photos-auteur.asp?Clef=568
http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2007/05/orhan-pamuk-el-castillo-blanco.html
http://lengua.laguia2000.com/libros/el-castillo-blanco-de-orhan-pamuk
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Interesante libro, (lo que subrayas ya te da indicios de que será un viaje motivador)… Es curioso, de pronto entro a hurtadillas a leerte, ahondo en algún libro o escritor que recomiendas y si me tinca lo voy a comprar, me pasó con el de los caballos y con el amante de Lady Chatterley que todavía no lo leo a pesar de tenerlo hace ya un tiempo en mi biblioteca… el tema es que me encanta Lawrence, me encanta todo lo que nos recomiendas. Bueno, todo ese bla bla es para decirte que te leo, que como siempre agradezco el inmenso material que nos entregas.
Un abrazo, Pat.
Otro abrazo grande, Pat/Poeta, y se agradecen tus palabras y tu presencia…
Aquileana 😉
Me convenciste, al menos me leo Nieve. Gracias por la recomendación.
Ga, “Nieve” es una obra excelente. Muy intuitivamente acertada esta elección tuya …
Saludos Aquileana 🙂
¡¡¡¡¡Encontré una edición bien barata en de bolsillo!!!
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Pamuk, un grande…
Aquileana 🙂