Filosofía / Mitología:
“En El Ojo del Espejo”:
“Uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los Hombres”. (Ibd. Frontisi-Ducroux, Françoise; Vernant, Jean- Pierre. “En El Ojo del Espejo” /”Dans l´oeil du Miroir”. Op. Borges, Jorge Luis . Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”en Ficciones).
1) “El Espejo en el Mundo de las Mujeres”:
Los textos griegos explicitan las múltiples relaciones entre las mujeres y los espejos. Relación utilitaria, casi física, en primer lugar. Entre el espejo y su propietaria, el cara a cara es permanente: “Ah, si yo pudiera ser un espejo, para que me miraras sin cesar”, suspira el autor de un poema anacreóntico (Anacreontea, 22. Op. West).
En el plano simbólico, el espejo se convierte en un significante de lo femenino. Más allá de las excepciones, el espejo se presenta como un elemento que revela la identidad femenina. La imagen que se dibuja en el fondo del ojo, el eídolon, doble minúsculo de quien se mira en él se asimila a la pupila femenina. La parte más hermosa del ojo, la pupila se denomina en griego kore, término que también designa a la muchacha. Curiosamente, el hombre griego, que reserva a la mujer la reflexividad del espejo y se niega el cara a cara consigo mismo- redoblamiento de la clausura de los gineceos-, el viril ciudadano que prefiere contemplarase en su alter ego, termina por percibirse en la frágil figura de la kore, la mujer la muchacha. Ésa es una de las múltiples ambigüedades constitutivas del espejo: instrumento reservado a las mujeres, signo discriminado del género y del sexo femenino, sirve a menudo para denunciar al hombre revelando la parte secretamente oculta femenina en los hombres o ya más abiertamente denunciando la inversión homosexual (femeneización de lo masculino).
Para el hombre griego, escribe Jean- Pierre Vernant: “No hay introspección.El sujeto no constituye un mundo interior cerrado, en el que debe penetrar para reencontrarse, o, mejor dicho, descubrirse. El sujeto es extrovertido. Así como el ojo no se ve a sí mismo, el individuo, para aprehenderse, mira hacia otra parte, hacia afuera. Su conciencia de sí no es reflexiva, no está replegada sobre sí misma… Cara a cara con su propia persona: es existencial“. (*VER PINGBACKS)
Testigo de esta concepción completamente exterior del individuo, el nombre del rostro: el término Prósopon, que designará también al personaje y la persona, gramaticalmente significa “frente a los ojos de otro”. La aprehensión griega del yo es asunto de mirada… Así, pues, la experiencia del espejo no es para el hombre griego más que una de las modalidades de objetivación inicial. El ser visto, inseparable del ver, le es tan vital como la respiración. Desde el momento en que es visto por otro, él lo ve, pero, como se lo hace notar Sócrates a Alcibíades, se percibe así mismo en la pupila de quien tiene enfrente. El hombre no existe sino es por la vista, la del otro y la de sí mismo, simultáneas y recíprocas.
Platón revela la opinión de sus contemporáneos: El espejo masculino es el ojo de otro hombre, el del semejante y el del igual, en quien todos buscan y encuentran su imagen, como Sócrates al mirarse en Alcibíades y Alcibíades en Sócrates: “Has notado que el rostro de quien mira el ojo de alguien aparece como el espejo en el ojo que está en la frente”. Y dice Sócrates a otro de sus discípulos, el bello Fedro: “No se da cuenta de que su amante, como en un espejo, a quien ve es a sí mismo”. (Platón, Alcibíades, 133 a; Fedro, 225 d). Es entre amantes o entre amigos, sobre todo, donde uno se entrega al juego del cara a cara. Es nuevamente Sócrates quien enuncia la regla: “El ser amado, el erómenos, no se da cuenta de que su amante, así como en un reflejo, se ve a sí mismo”… De Alcibíades a Fedro, la comparación pierde parte de su carácter concreto para enriquecerse en el plano simbólico. El espejo ya no es simplemente la pupila reflectante del otro, donde uno percibe la propia silueta, sino el rostro, el amante en su totalidad, sobre el que uno se proyecta, en quien se modela, que, a su vez, se modela sobre uno y le devuelve una imagen en la que ambos se intercambian y se mezclan recíprocamente.
En Platón el mecanismo de la visión resulta de dos teorías, la de la emisión y la de la recepción. El Timeo evoca la manera en que los ojos “portadores de luces emiten filtrándolo, algo de su interior, que tropieza y choca con el fuego de los objetos exteriores. Esos dos fuegos, la corriente visual y la luz del día, entran en contacto, se funden, y el nuevo cuerpo homogéneo, salido del encuentro de esos dioses semejantes transmite hasta el alma la sensación gracias a la cual decimos que vemos”. El Sócrates del Teeteto es igualmente convincente: “Como la visión emana de los ojos y la blancura emana de lo que, juntamente con ellos, engendra el color, el ojo se empapa de la visión; a partir de ahí ve; y con ello, se hace, no visión, sino ojo que ve” (Platón, Timeo 45 b-d; Teeteto 156 e. Cf).
La complementareidad no es más que una de las manifestaciones de la reciprocidad fundamental de todo lo que se refiere a la vista, reciprocidad que atestigua en primer lugar en lo concerniente al vocabulario. Varios de los términos relacionados con la visión son a la vez activos y pasivos: en particular las palabras óps y ópsis, que designan la percepción visual y el aspecto, y luego al órgano de la vista, el ojo… La reciprocidad del ver y del ser visto se inscribe también en la continuidad de las representaciones poéticas más arcaicas. En Homero, Helios, el Sol es el que ve todo, quien vigila a los hombres y los dioses, y su luz, la más fuerte, le confiere la vista más penetrante. Pero la propiedad de emitir rayos no es nota exclusiva de esas fuentes “activas” de luz que son los astros y los ojos. En la epopeya se señala también que ciertos objetos “pasivos”, como los cascos y los escudos de los guerreros emiten resplandores semejantes al fuego infatigable de los astros deslumbrantes. Del escudo de Aquiles brota un brillo parecido al de la Luna, que evoca el fuego resplandeciente e irradia una luz que se eleva hacia el cielo.
Aristóteles, en “Del sentido y lo Sensible” pasa por el cedazo la teoría de Platón define la vista por el color, su sensible propio, que la diferencia de muchas otras sensaciones. El ojo es acuoso, pero, pese a ello la visión no resulta de una reflexión. Procede de una actualización de lo diáfano bajo el efecto de la luz. Lo diáfano está constituido por una serie de medios transparentes, el aire y el agua del ojo, que se interpone entre éste y el objeto. En la oscuridad, la transparencia no es sino virtual, “en potencia”: el ojo ve no la luz sino el color de las cosas, o el de los lugares transparentes donde se focaliza la mirada… Esta descripción, que se refiere a las condiciones en las cuales lo visible aparece y desaparece, indica indisolublemente, una ruptura con la explicación platónica.-
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Fuente Original Post:
Frontisi-Ducroux, Françoise; Vernant, Jean- Pierre. “En El Ojo del Espejo” (“Dans l´oeil du Miroir”). Buenos Aires. Fondo de Cultura. 1999.-
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