Filosofía: “Algunas acepciones del concepto de Angustia”:
Freud dirá que el miedo supone algo que lo causa, mientras que la angustia nace de la mera expectación del peligro, incluso cuando éste no es conocido (o ni siquiera es real, añadiríamos con permiso de Freud). Y aún distingue el padre del psicoanálisis ambas emociones del pavor, que surgiría cuando es preciso hacer frente a un peligro que el sujeto se ve incapaz de vencer. En cualquier caso, la angustia iría siempre referida al futuro, «en relación con la espera», como dice Freud.
La angustia es en realidad miedo a nada. De ahí a decir que lo que causa angustia es la nada, no hay más que un paso. Y se ha dado, naturalmente. El primero en hacerlo fue Kierkegaard, y a él le seguirían todos aquéllos a los que, con mayor o menor acierto, se ha dado en denominar «existencialistas». Es evidente que el animal puede experimentar miedo y estoy seguro de que también angustia, siempre que convengamos en equipararla a la ansiedad. Ahora bien, si la angustia la entendemos al modo en que la concibe Kierkegaard, es claro que acierta el filósofo danés al considerarla completamente desconocida por el resto de los animales:
«La realidad del espíritu se presenta siempre como una forma que incita su posibilidad; pero desaparece tan pronto como él hecha mano de ella; es una nada que sólo angustiar puede. Mas, no puede mientras no haga sino mostrarse. El concepto de la angustia no es tratado casi nunca en la Psicología; por eso debo llamar la atención sobre la circunstancia de que es menester distinguirlo bien del miedo y demás estados análogos; éstos refiérense siempre a algo determinado, mientras que la angustia es la realidad de la libertad como posibilidad antes de la posibilidad. Por eso no se encuentra ninguna angustia en el animal; justamente porque éste, en su naturalidad, no está determinado como espíritu» [El concepto de la angustia, I: V].
En Heidegger la angustia nace de la constante amenaza de la muerte que pende sobre el ser-ahí (es decir, el hombre), y es, en consecuencia, algo inherente a la existencia temporal y finita, pero conlleva, al mismo tiempo, la aceptación de una existencia y un destino tales que sin ella (sin la angustia) acaso se pretendiera inútilmente rebasar:
“La muerte es una posibilidad de ser que ha de tomar sobre sí en cada caso el «ser ahí» mismo. Con la muerte es inminente para el «ser ahí» él mismo en su «poder ser» más peculiar. En esta posibilidad le va al «ser ahí» su «ser en el mundo» absolutamente. Su muerte es la posibilidad del «ya no poder ser ahí». Cuando para el «ser ahí» es inminente él mismo como esta posibilidad de él, es referido plenamente a su «poder ser» más peculiar. Así inminente para sí mismo, son rotas en él todas las referencias a otro «ser ahí». Esta posibilidad más peculiar e «irreferente» es al par la extrema. En cuanto «poder ser» no puede el «ser ahí» rebasar la posibilidad de la muerte. La muerte es la posibilidad de la absoluta imposibilidad del «ser ahí». [Heidegger, Ser y Tiempo, §50].
Todo ser lo es para la muerte o la extinción, y no se entiende por qué extraña razón se nos ha metido en la cabeza que nosotros hayamos de ser, en ese aspecto, excepcionales. Lejos de paralizarnos, la idea de la muerte debería ser para nosotros el acicate que nos haga vivir, mientras nos sea posible,
«hasta tanto que lleguen
la vejez y la muerte que son heredad de los hombres» [Homero. Odisea, XII: 59-60];
y vivir hasta la extenuación. Y que en ese periplo seamos capaces de decir a todas horas:
«Después pasamos por el cementerio, que no me causa ninguna impresión, aunque pronto estaré allí» [Chéjov, Una vida aburrida, IV].
Para Sartre, otro de los grandes teóricos de la angustia, ésta nace de la náusea, engendrada por la comprensión de que nada tiene sentido ni razón de ser, que todo es contingente, que todo está de más. Pero también de la obligación de elegir –inherente a la libertad que somos esencialmente y a la que nos hallamos condenados–; y elegir sin que exista un modo de valores firmes que regulen nuestra elección. De la nausea poco más hay que decir que del pobre ser-ahí heideggeriano condenado a la muerte. Pero aún cabría preguntarle a Sartre qué sentido se supone que podría tener el mundo más allá de sí mismo. El mundo sencillamente es, y las cosas sencillamente son, y ni uno ni otras tienen sentido ni dejan de tenerlo más allá o con independencia del que yo quiera darles. Quien lamenta que todo sea contingente, lamenta, en realidad, no ser Dios; y a fuerza de soñar con él, aun sin advertirlo, termina por echarlo de menos. Y no nos agobiemos tampoco por la libertad: con frecuencia no sólo no estamos obligados a elegir, sino que eligen por nosotros. En cada circunstancia en la que nos encontramos, disponemos tan sólo de un puñado de opciones sobre las que ejercerla: a veces muchas, a veces pocas; en ocasiones, una sola, y en otras, ninguna. Cada vez que tomo una decisión, cierro para siempre –es cierto– muchas otras alternativas. Pero eso es así en el juego de la vida como en el del ajedrez. Un conjunto de posibilidades infinitas y permanentemente abiertas y presentes es un idea tan absurda como la de detener el tiempo para no envejecer o no arribar a la muerte. No cabe duda que tiene razón Kierkegaard, y que no hay más que dos alternativas: o Dios o el suicidio.
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Bonustrack: “Concretismo”:
I) “Cinco Poemas Concretos”:
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II) Caetano Veloso: “O Pulsar”:
Onde quer que você esteja
Em Marte ou Eldorado
Abra a janela e veja
O pulsar quase mudo
Abraço de anos-luz
Que nenhum sol aquece
E o oco escuro esquece